
El lunes cuatro por la tarde ya estábamos en casa. Lo más raro del asunto había sido que unos días antes, mientras estábamos de luna de miel, me llamó al celular una persona de moresic, el service, para arreglar un día para la instalación de un equipo. (¿¡!?) Kafkiano. Enseguida llamé a diaz y padín para refrescarle la memoria a esos turros. –Usted había arreglado para mañana, no para hoy.
–Sí, pero yo quería verificar que esté todo listo para que vengan mañana a primera hora, como habíamos acordado… –La hora no se la puedo confirmar, se va a comunicar con usted un técnico en el transcurso de la mañana.
Al otro día aparecieron a las 15:30 h dos pibes de no más de veintipico, y veintipico cortos.
Previamente llamé dos veces para reclamar al instalador y una a frávega. El de rávega me dijo: no podemos hacer nada porque el plazo acordado todavía no se cumplió, espere hasta mañana y haga un reclamo. Para decirme esto necesitó consultar dos veces a un supervisor. Ya sé lo que hacen en frávega con los reclamos, te dan 96 horas como muuucho, y después de eso… nada!
Pero bueno, estábamos con los dos muchachos de díaz y padín. Uno se llamaba Walter y era el jefe, o por lo menos el que hacía el trabajo. El otro llevaba la valija y quizá le dejaban ajustar una tuerca o algo por el estilo, de vez en cuando. Cuando los fui a buscar a la puerta para hacerlos subir, me di cuenta enseguida de que algo andaba mal. No traían el tubo de freon. Lo deben tener en la camioneta, pensé. Pues no. A estos pibes les habían dicho que tenían que reparar “una bandeja que tiraba agua para adentro”. –Yo me tomo un remis acá en frente y me voy hasta la empresa a buscar un tubo. De casualidad tengo el manifold– manómetros en criollo. –No tiene ni una gota de gas. A estos imbéciles los deben mandar a todos a hacer el mismo curso. Ahora que me acuerdo, el otro, Jorge, también le decía manifold a los manómetros. Walter se fue y el otro se quedó en casa esperando. Ah, me olvidaba, camioneta no tenían…
–A vos ¿quién te lo instaló? –Un tal Jorge de la empresa de ustedes. –¿Uno de bigotitos? –Sí. –Ah, lo echaron a ese… sí, se había mandado cada cagada, la empresa gastaba tanta plata en remis mandándonos a nosotros a hacer las reparaciones que lo echó. –Ah, mirá vos. No le creí un carajo.
Al rato llegó Walter con el tubo y se pusieron a revisar la conexión. –El problema es que entró torcido el caño, la pestaña está bien. En un momento miré la valija de herramientas, la vi bastante pobre, y me lo vi venir –¿No tendrás una francesa vos, que me puedas prestar? –Sí, ya te la traigo.
Conectaron todo y le dieron presión. –Che, ¿no querés que te traiga una esponja con un poquito de detergente para que pruebes sino pierde?– le sugerí –Ah, sí dale. Eran más pelotudos de lo que yo suponía (perdón por el exabrupto, pero se lo merecen). Probaron… y sí, perdía. Así que ajustaron más la tuerca y dejó de hacer burbujitas el detergente.
Dejé funcionando el equipo desde que se fueron hasta el día siguiente. Cuando Erica volvió del trabajo me preguntó si no hacía mucho ruido. No le di mucha importancia.
A la mañana del día siguiente, jueves 6 de diciembre de 2006, el ruido era insoportable y uno de los caños de cobre exteriores estaba cubierto de hielo. Estos idiotas lo pasaron de carga, pensé. Los primeros veinticuatro años de mi vida los viví en una casa, mi casa, en la que funcionaban un taller de heladeras primero, y uno de aire acondicionado de autos después. Enseguida lo llamé a mi viejo.
No estaba. Por los síntomas mi vieja sentenció: te lo pasaron de carga. Al rato lo ratificó mi padre, hace poco le habían caído con un auto al que le tuvo que sacar como dos cargas. –Y allá en Buenos Aires está lleno de chantas– agregó.
A la tarde me fui hasta el centro, a la oficina en la que trabaja Erica. Ella había retomado el trabajo, yo seguía de licencia por matrimonio. Llamamos a díaz y padín (ya se va a comunicar el técnico con usted, quédese tranquilo) y a frávega. –Pedile el nombre a la persona que te atiende. Me atendió una tal Mariela Alegre. –Usted tiene que comunicarse con moresic que es el service oficial de frávega y ellos se tienen que hacer cargo gratuitamente. Se iba cerrando el círculo de la estupidez humana… y en torno de mi. Traté de explicarle que moresic no se iba a hacer cargo
porque ellos no habían causado el problema… le conté todo lo anterior pacientemente. Erica estaba furiosa. La mina esta, Mariela, ante mis insistentes reclamos, me dejaba en espera, consultaba a un supervisor y volvía a la carga con lo mismo “llame a moresic con este número de orden”. Le grité un poco. –La verdad, no sé que más decirte… ahora te va a hablar mi mujer! Erica manoteó el teléfono y repitió más o menos lo mismo que yo pero dos tonos de voz más elevados, utilizando apelativos tales como “querida”, “nena” o “chiquita” como sólo las mujeres saben hacer. Le pidió el número de legajo a la chica, no se lo dió, hasta que al fin le pidió hablar con un supervisor. La supervisora de turno, Gabriela Santer, no estaba disponible y se comunicaría con nosotros ese mismo día. Con el número de reparación que nos dio Mariela llamamos a moresic. Allí Viviana Alvarez nos confirmó lo que ya sabíamos. “El costo corre por su cuenta”. “Yo no tengo porqué
llamar a frávega para explicarles, ellos ya saben perfectamente”
–Pensándolo bien la mina esta que nos atendió no tiene la culpa. –Acá nadie tiene la culpa, pero nadie se hace cargo tampoco. –Pobre mina, se debe comer cada puteada.
Ahora yo estaba furioso. Erica, resignada. El tema me dio mil vueltas en la cabeza. Yo seguía de licencia. Consideré escándalos públicos, actos vandálicos, terrorismo, etc. El sábado 9 de diciembre me puse a escribir una nota en la computadora. La iba a presentar en defensa al consumidor. Saqué fotos del caño con hielo, fotocopias de la factura, redacté la nota sin jactancias ni ironías, tal como lo recomendaban las páginas web de las ONGs de defensa al consumidor. Sentí un pequeño placer al firmar la nota como “ingeniero”. Por último, comencé el trámite de denuncia online y me dieron turno para el miércoles 13 de diciembre. Voy a ser el Blumberg de los
acondicionadores de aire, el Artaza de los electrodomésticos! Ya van a ver estos hijos de puta! Lo que un pequeño burgués as capaz de hacer cuando juegan con su religión: el dinero. Que vergüenza admitirlo.
CONTINUARÁ....
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